La ciudad de ida y la ciudad de vuelta
Rodolfo Kusch vinculaba la idea de ciudad a un recorrido.
Decía: “habrá una ciudad para cada momento, una para la ida, y otra para la vuelta. La primera es la que nos hace salir de casa, es la ciudad de los otros hecha por éstos, los que mueven los bancos, capitales, los coches, los que corren, suben, bajan por las calles y dan un pisotón sin saludar y sin disculparse. … Todo esto no es pa’ mí sino pa’ los otros y esa ciudad nadie la controla, ni la atrapa sino que apenas se la dibuja… La otra es la ciudad de vuelta, que es así porque es pa’ mí, como una ciudad sabia, con sus rincones entrañables y vibrantes, en la que lloramos o reímos. Qué ciudad es, sino esas cuatro cuadras que uno siempre recorre, con algunas verjas y casas típicas y con las cosas que juntamos, esas que son sagradas pa’ mí, que mantienen el nexo y el sentido de mi vida, y en las que ponemos el ojo cuando las cosas andan mal afuera”.
Leopoldo Marechal, en el “Adán Buenosayres”, nos describe e involucra en esa ciudad de la vuelta “sabia y entrañable” y la sitúa, no casualmente, en el mismo núcleo que originó Villa Crespo a finales del siglo XIX.
Comienza el recorrido
Muchos sitios mencionados en la novela ya no existen. Sin embargo, una recorrida guiada por una de sus hijas, María de los Ángeles, permite rememorarlos. La ocasión y excusa es el celebrar “el día de Adan Buenosayres” (inspirado en el Bloomsday, todos los 16 de junio, cuando Irlanda homenajea a James Joyce y Ulises).
El día dedicado a nuestro Adán, es el 28 de abril, porque el libro I de la novela comienza con la descripción del despertar de Adán un Jueves Santo, 28 de abril de un año impreciso de los años veinte.
La caminata comienza en la Biblioteca Popular Alberdi, en Villa Crespo, donde “el joven poeta Leopoldo Marechal comenzó a trabajar a los 19 años y fue el primer bibliotecario rentado”, cuenta María de los Ángeles.
Escolta nuestra caminata un joven policía manejando un cuatriciclo, que instantáneamente me hace recordar el párrafo del Adán en el que, tras una batahola entre vecinos, “el sargento Pérez, de la comisaría 21, acude a la refriega montado en su tordillo”.
Billares y café
Emprendemos la marcha y en Corrientes entre Acevedo y Gurruchaga, encontramos el café San Bernardo, con sus mesas y billares. Es éste el lugar donde en sus años jóvenes Marechal aprendió a bailar el tango.
De allí, al llegar a la calle Gurruchaga, se recuerda el lugar (hoy un edificio) donde estaba el café Izmir (la placa con el nombre fue entregada por los mozos a María de los Ángeles.). El Izmir, “cuyas cortinas metálicas, a medio bajar, le permiten (a Adán) ver un interior brumoso en el cual se borronean figuras humanas que se mantienen inmóviles o esbozan soñolientos ademanes.”
Monte Egmont
En la esquina de Hidalgo, Gurruchaga ya se transformó en Tres Arroyos (antiguamente denominada Monte Egmont). Nos invaden las voces de los pintorescos habitantes de esas cuadras, como Chacharola, la siciliana.
“Al rítmico golpeteo de su palo de escoba, lenta, sí, pero erguida como un huso, la vieja Chacharola se adelantaba por la calle Hidalgo rumbo a la de Monte Egmont: apretada su boca en un frunce cruel, sus ojos duros como dos piedras, el gesto de hiel y de vinagre, tormentosa la frente, así avanzaba por la vereda del sol, arrastrando sus pantuflas descoloridas”
Seguimos por Tres Arroyos hasta detenernos en la esquina de Olaya. El autor ubica en esa esquina, en el 303 de Monte Egmont) “la pensión de Adán y Tesler”.
En la otra cuadra (Tres Arroyos 280), donde hoy funciona un taller mecánico, vivió entre 1910 y 1934, Leopoldo Marechal. Una casa modesta, donde el poeta habitaba con su padre Alberto, mecánico uruguayo, hijo a su vez de un francés exiliado de la Comuna, su madre Lorenza Beloqui, y sus hermanos y abuela materna, de origen vasco.
La curtiembre
Nuestra guía nos señala un conjunto de edificios situados en un enorme parque. Cuando nos dice qué era lo que había allí hasta hace pocos años, un cúmulo de palabras y olores se entremezclan en nuestra memoria. Era el sitio donde funcionaba la curtiembre La Universal de la novela. Curtiembre que se llamaba en realidad, en época de Marechal, La Federal y que tiene una historia: “A fines del siglo 19 en París se lleva a cabo la inauguración de la Torre Eiffel junto con una exposición mundial industrial que se llevó a cabo en varias naves construidas a tal fin. Finalizada dicha exposición, las naves se desarman y por lo menos una de ellas viaja hacia Buenos Aires para terminar siendo la nave central de la que sería una curtiembre en Villa Crespo que así se denominó: “Curtiembre Villa Crespo”. En 1919 es comprada por una compañía Suiza que se dedicaba al comercio de cueros y fabricación de calzados en Europa. Con el cambio de propietario, también cambió el nombre de la curtiembre que pasó a denominarse “Curtiembres La Federal S.A.” Su cierre fue en 1991 cuando se vendió el predio a una empresa constructora, que con los años construyó en esa manzana tres edificios torre.”
“Había cruzado la calle Murillo, y ahora marchaba entre las paredes negruzcas y los carros pestilenciales de la curtiembre «La Universal». Los trabajadores del tercer equipo, tirados en el suelo, dormían pesadamente con sus gorras bajo la nuca, esperando el aullido de la sirena que no tardaría en llamarlos: Adán, que avanzaba con precaución entre los cuerpos dormidos, consideró las bocas entreabiertas, los pechos jadeantes y las manos dispersas aquí y allá como instrumentos abandonados.”
La caminata sigue y aceleramos la marcha, como Adán…
“Un agua verdosa y corrompida se deslizaba entre los adoquines, y Adán sintió el hedor de la curtiembre, un tufo de grasas podridas y de cueros rancios. Entonces contuvo su respiración, aceleró la marcha y recorrió así los cuarenta metros de la zona pestilencial hasta la calle Padilla.
A otro de sus personajes, la vieja Cloto no la vimos, pero pasamos por su puerta.
Sentada en su banco la vieja Cloto acababa de roer una costra de pan, y con ojos benignos seguía el movimiento de las chicuelas que a su lado jugaban al Ángel y al Demonio.”
La iglesia de San Bernardo
Arribamos a la iglesia de San Bernardo, como fin y comienzo del barrio entrañable de las pocas cuadras, “desde su despertar metafísico en el número 303 de la calle Monte Egmont, hasta la medianoche del siguiente día, en que ángeles y demonios pelearon por su alma en Villa Crespo, frente a la iglesia de San Bernardo, ante la figura inmóvil del Cristo de la Mano Rota.”
Llegamos y allí nos detenemos, como Adán, “con el resuello agitado y el corazón batiente”.
La historia dice que el Cristo de casi dos metros de altura, en el frontispicio, de la iglesia, fue construido con materiales defectuosos y se rompió una de sus manos. Ante él, Adán se cuestiona: “¿Qué tenía en su mano de cemento, en aquella mano rota quizá de una pedrada? Un corazón o un pan. Día y noche lo está ofreciendo a los hombres de la calle. Pero los hombres de la calle no miran a lo alto: miran al frente o al suelo, como el buey. ¿Y yo?”
A la entrada de la iglesia, placas de bronce recuerdan a Marechal y trascriben la escena, en plena crisis existencial, cuando Adán monologa ante las verjas de San Bernardo.Ya dentro, María de los Ángeles, emocionada como todos nosotros, nos lee fragmentos que su padre escribió relacionados con este lugar, que así describe Cortázar: “el ápice del itinerario del protagonista lo da la noche frente a la iglesia de San Bernardo, y la crisis de Adán solitario en su angustia”
El paseo finaliza…
Regreso lentamente por las calles y observo las casas, resignificadas al conocer su pasado y al percibir ese barrio que reconozco, no sólo por haber leído el Adán, sino porque el paseo me brindó nuevos ojos para identificar mi propio barrio de vuelta, bien al sur, lejos de Villa Crespo, pero profundo en el corazón.
Tal vez el lector quiera iniciar un recorrido por su propia “ciudad pa´mí”, esa que mantiene el nexo y sentido de su vida, escuchando las voces latentes y redescubriendo en la mirada, esas casas, iglesias, esquinas, bares y recuerdos.
Mientras tanto… “espadas angélicas y tridentes demoníacos chocan sin ruido en la calle Gurruchaga: se disputan el alma de Adán Buenosayres, un literato; porque, según la economía suprema, vale más el alma de un hombre que todo el universo visible”.
Bibliografía
Adán Buenosayres- Leopoldo Marechal
De la mala vida porteña. Buenos Aires- Rodolfo Kusch
Buenos Aires: la ciudad y sus sitios – Rafael E. J. Iglesia, Mario Sabugo
Villa Crespo y la Industria del Cuero- Claudio Salvador
“Un Adán en Buenos Aires”- Julio Cortázar (Publicado en la revista Realidad de marzo / abril de 1949)
La celebración del camino- Victoria Baeza