En el marco del 71° Aniversario de San Francisco Solano recordamos la publicación del Libro Luciérnagas de Solano de Víctor Gullotta. El book trailer y una síntesis de Carlos Eduardo Diaz.
LUCIÉRNAGAS DE SOLANO. La Historia como refugio de salvación.
Reflexiones político-literarias.
Al leer ya varios relatos de los que forman parte de “Luciérnagas de Solano. Pinceladas del origen de nuestra ciudad” , el último libro publicado por Víctor Gabriel Gullotta, se van perfilando una serie de senderos, de ideas fuerza, como si fuesen caminos explorados por el autor para realizar su obra. Desde allí nos invita a ingresar en su universo de palabras y a través de ellas intentaremos profundizar en la lectura y comprensión de sus relatos.
¿Que para qué encarar tal esfuerzo de profundización? Todo relato encierra un mensaje, un corazón discursivo, pleno de sentidos e implicancias políticas, filosóficas y literarias. Puede que tal mensaje sea visualizado casi a flor de piel, pero también es posible hallar nuevas entradas a laberintos y pasadizos secretos, los cuales no siempre han sido puestos deliberadamente por el autor. En ello radica parte del misterio fascinante de la literatura.
La Historia de Solano, nuestra ciudad, parece trazar hilos que nos unen a todos los que tenemos un pasado en ella, más allá de que unos ya tengan 60 años de vida, otros 40 y otros 20.
Dice el autor en la introducción:
“…el recuerdo y la pregunta acerca de lo recordado vuelve a lo que verdaderamente es y ese encuentro maravilloso nos remite a lo que auténticamente existe. El origen funda todo presente y nos proyecta en el buen futuro”.
Pienso entonces en el barro como elemento original y fundante; recurso no solo metafórico sino también filosófico.
Y aquí se puede apreciar uno de esos hilos que atraviesan y unen a los que tenemos un pasado en común.
En recientes notas que he publicado en Facebook se puede leer algunas reflexiones sobre el barro y su papel en nuestras vidas. Por ejemplo cuando hablé de la supuesta barbarie popular, evidente en los juegos con tierra y agua que caracterizaban ciertos festejos familiares.
Incluso, al hablar en otra nota sobre los giles, destaqué que en el tango Cambalache se hace referencia al lodo (barro) en el que toda la sociedad moderna parece revolcarse.
Gullotta finaliza su introducción con una estrofa de Gardel y Le Pera:
“Viejo barrio
Perdoná si al evocarte
Se me pianta un lagrimón
Que al rodar en tu empedrao (barro)
Es un beso prolongao que te da mi corazón”.
Y varios de sus relatos sobre su infancia y adolescencia en Solano destacan la presencia del barro como elemento clave en el paisaje de sus recuerdos.
Así, por ejemplo, en “Las galochas de mi padre” nos dice:
“Solano fue creciendo con el barro como muchos pueblos del suburbano. Miles de trabajadores chapoteaban por las calles y veredas para dirigirse a sus destinos. El barro en los zapatos indicaba una especial distinción social, difícil de disimular. (…) para no ser discriminado en una época en que el racismo comenzaba por medirse a ras del suelo (…) ¿Quién podía suponer que viajábamos desde el barro, desde el fondo mismo de la llanura pampeana?”.
No puedo continuar estas reflexiones sin hacer mención a la relación del barro con la idea de progreso en determinadas épocas.
Cuando el cemento y los ladrillos que hoy todos conocemos no eran accesibles para muchos habitantes del conurbano no solo se recurrió a la madera y a las chapas para la construcción de viviendas.
En “Las casas de barro” Gullotta nos dice:
“Algunas primeras casas de Solano se construyeron con barro. Tal vez hoy sigan disimuladas tras revoques de cemento y pintura”.
“Algunos constructores caseros fabricaban sus propios ladrillos. Armaban moldes de madera. Luego fabricaban un “pastiche” de tierra, pasto seco y mucha agua, llenaban esos moldes y los secaban al sol. (…)Quedaba entonces el ladrillo negro, no rojo. Con ello, y sin duda precariamente, levantaban las paredes. La mezcla también era de barro, pasto seco y agua, y tal vez con algún polvo de piedras o conchillas. Revocaban la pared otra vez con barro y, ya seca, se pintaba a la cal”.
Otro de los usos frecuentes del barro fue en la construcción de hornos donde se elaboraba el propio pan de harina.
Sin embargo, el aumento poblacional y el desarrollo de las técnicas de construcción incidieron en la desaparición del barro en las calles y hogares de la ciudad.
Es aquí donde Gullotta se pregunta (y nos pregunta) sobre los supuestos beneficios esgrimidos por los defensores a ultranza de la idea de progreso permanente que tanto ha marcado a la sociedad moderna en las últimas décadas.
Hay en los argumentos del autor no solo una dimensión nostálgica sino fundamentalmente filosófica.
“De aquel hombre, mi padre, ya casi nadie se acuerda. Sus huellas, como tantas otras se esfumaron en las tormentas y las inundaciones. Vive conmigo, en estas galochas arrojadas entre los trastos viejos (…) Todas las calles del pueblo y las casas de antes perdurarán de alguna manera mientras perduren estas galochas en los estantes de madera del viejo galpón”.
Pero ¿por qué es que perduran aquellas calles y casas de barro? ¡Porque lo recordamos y volvemos a preguntarnos por esos recuerdos!
Finalmente Gullotta nos dice:
“No olvidemos que algunas “deslumbrantes” infraestructuras nos aleja del contacto con la tierra (los caminos de barro) y los senderos de nuestros mayores. Tal vez sea la última ocasión que tendremos para no hundirnos en la decadencia de una sociedad puramente tecnotrónica, hipervigilada y de engaños transhumanistas”.
☆ ☆ ☆ ☆
Continuando con esta serie de reflexiones abordaremos los distintos relatos en los cuales Víctor Gabriel Gullotta rememora al extinto Ferrocarril Provincial.
En su reciente libro, Luciérnagas de Solano. Pinceladas del origen de nuestra ciudad, encontramos al menos cuatro relatos donde el autor nos habla sobre distintos aspectos de ese tren que ya puede ser considerado legendario.
No solo se refiere a él con datos técnicos y procesos históricos sino también por medio de anécdotas y recuerdos propios, con los cuales nos traslada a esos años de su infancia y juventud.
Mis primeros años de vida coinciden con los últimos años del tren. Cuando dejó de funcionar yo aún no había ingresado a la escuela primaria. No encuentro en mi memoria alguna imagen de aquella bestia de hierro. Esto me resulta llamativo al considerar que sí conservo imágenes del viaje en tren que mi familia realizó a Tucumán en diciembre del 75.
Sin embargo, hay un recuerdo que sí ha perdurado de aquellos años en que el tren circulaba por Solano. Es el sonido de su pesado andar y el de su silbato o bocina. Es de noche o en las primeras horas del día en las que aún reina la oscuridad. Vivimos en una casilla de apenas dos habitaciones, en la calle 854, a media cuadra de la 893. El cruce de la Monteverde con las vías está relativamente cerca.
Escribió Gullotta: “El tren, ya en plena velocidad, se bamboleaba a diestra y siniestra. A cientos de metros de la avenida Monteverde la bocina empezó a tocar enloquecidamente. Una costumbre a esa altura de las vías”.
Los límites de la geografía que conocía de chico era singularmente reducida. Cuando fui entrando a la adolescencia, a medida que aumentaba mi curiosidad también aumentó mi libertad para superar esos límites. Fue así que siguiendo las vías hacia el sur, más allá de la Monteverde, llegué a un puente allí donde las vías se cruzaban con el arroyo Las Piedras. Todo aquello representó para mí un descubrimiento formidable; por el tamaño de aquella estructura y porque el gran espacio verde que se veía hacia el sur daba la sensación de un territorio a explorar y conquistar.
Así lo narra Gullotta, de manera tierna y poética:
“Él nos mira todavía a lo lejos, puerta de entrada y de salida al sur pampeano profundo. Oscuro sigue en su soledad, más olvidado que nunca. Están allí mis queridos amigos escondiéndose en sus recovecos, debajo de los durmientes, cuando el destartalado pero furioso tren los pasaba por encima y les daba para siempre el pasaporte de valientes. Allí están todavía los más osados caminándolo desde lo alto, tal vez para que la altura del hombre se viera desde Egipto, digo, desde el Camino Gral. Belgrano, y desde la cúpula de la iglesia de Rafael Calzada”.
En ciertas ocasiones sucede que las vías del ferrocarril son tendidas con el objetivo de unir pueblos ya existentes. En este caso el tren ya circulaba anteriormente a la creación de Solano. Los lotes de mayor valor fueron aquellos que más cerca se ubicaban de las vías del Ferrocarril Provincial.
Nos dice Gullotta en “El último tren de trocha angosta”: “Nuestro viejo tren comenzó a funcionar en 1927 como un gran proyecto económico y social del Gobierno de la Pcia. de Bs. As. El tren estaba desde antes de la fundación de Solano. Recién cuando se levanta el pueblo se constituye el Parador Km. 46, la distancia que había desde La Plata, su ciudad cabecera. Luego, pero nunca oficialmente, se convierte en La Estación San Francisco Solano. Desde el principio abordarlo era toda una aventura y un viaje apasionante. Los primerísimos habitantes llegaron a detenerlo haciendo señas o prendiendo antorchas en la noche”.
Cincuenta años funcionó el tren de trocha angosta que unía Avellaneda-La Plata, e incluso hasta localidades en el límite con La Pampa. La etapa dorada con San Francisco Solano duró algo más de 25 años.
En 1977 el gobierno cívico militar que había llegado al poder un año antes decretó su extinción. No les importó eliminar el factor de progreso que representa el ferrocarril para los pueblos.
Si la trocha angosta implicaba una tecnología ya inapropiada por razones de costos y seguridad debieron buscar soluciones que potenciaran los enormes beneficios de contar con un ferrocarril activo.
La fundación y crecimiento de Solano se da en un fuerte contexto de inmigración interna y externa junto a una creciente tendencia industrialista. Muchísimos laburantes recurrían al tren para ir y venir de sus trabajos diariamente.
La dictadura militar implementó un sistemático plan para retornar al modelo agro exportador de la vieja y vengativa oligarquía. La desindustrialización de las grandes urbes era un golpe letal a las masas trabajadoras, en su mayoría, fervientemente peronistas.
Fue así que el viejo tren pasó a ser para muchos habitantes de Solano solo una leyenda más.
☆ ☆ ☆ ☆
Hay dos partes en el libro de Víctor Gabriel Gullotta que me han llamado poderosamente la atención, llegando incluso a emocionarme.
Me estoy refiriendo a la “Introducción” y, casi en el final, “Testimonio de una vida”.
En ellas podría decirse que explicita los fundamentos, las raíces mismas de su filosofía, la de su estilo literario y, en definitiva, la de su existencia.
Paradójicamente, dichos fundamentos no son solo parte de su búsqueda personal y solitaria. También son propios de los procesos creativos de todos nosotros, aunque no los hayamos advertido o directamente negado.
¿Qué es lo qué en definitiva busca el artista, el escritor? Quiere saber la verdad, o en todo caso, acceder a ciertos conocimientos que lo aproximen a la verdad, al núcleo o raíz de las cosas.
Por eso es que plantea la necesidad de preguntarse por el Ser de nuestro pasado:
“Exponemos la vida de una parte de las infinitas historias de Solano con el anhelante propósito que abran el camino de una mirada “horizontal”, y develar en sí mismas todo aquello sepultado por la mala intensidad y la oscuridad de la vida moderna. A cada rato escuchamos: ya fue; se ha perdido para siempre. Y en vez de ser esto motivo para una reflexión dolorosa clamando al cielo, damos en cambio vuelta la página y seguimos con el alocado ímpetu de nuestros días”.
Pensemos en esto. “Evitar la reflexión dolorosa; no mirar atrás; lo que importa es el presente”.
Desde hace un tiempo no muy lejano me ha interesado saber sobre el pasado de mis parientes; reconstruir parte de la historia familiar.
Para ello es imprescindible recurrir a la formulación de ciertas preguntas, y con ellas interrogar a la mayor cantidad de familiares posibles, en especial a los que tienen mayor edad.
Sin embargo, dicha tarea del investigador no siempre es tan sencilla. Así por ejemplo tengo primos que me han pedido que no insista en indagar mucho más porque ello podría causar dolor a sus padres.
Algunos tíos han dudado del valor que pudiera tener el rescate de sus recuerdos. Incluso han expresado, plenos de convicción, que lo único que les interesa a esta altura de sus vidas es el tiempo presente.
Respeto sus puntos de vista, pero no puedo decir que los comparta y comprenda.
Gullotta también buscó indagar en la memoria de los habitantes de Solano:
“El vértigo de los asuntos modernos borró o rasgó hasta las cicatrices. Muy pocos recuerdan algo, ya nadie parece poder develar la verdad de nuestros primeros pasos. Es más que una amarga queja; más bien la fuerza vital que tiene el desencanto frente a lo fugaz. El presente se une a la velocidad.(…) Pero las cosas del mundo tienen un fundamento sólido y es eso lo que ha caído en el olvido, inadvertida y silenciosamente, trastocado por el trajinar de los opacos días, la trampa mortal de los meros cambios de cortinado”.
Afirma el autor que “la pregunta fundamental es por el espíritu del pueblo y la Nación”, a los que tranquilamente podríamos sumar la familia.
Sin familia no hay pueblo ni Nación.
Ya desde el inicio del blog donde desarrollo la historia de mis familiares explicité que no pretendía provocar nostalgia y dolor por tiempos lejanos y personas que ya no están entre nosotros. Que era fundamentalmente una necesidad de saber sobre la vida, los sueños y las pasiones de nuestros abuelos y padres. Que ese saber nos diría de donde venimos y, si sabemos interpretarlo, también nos ayudaría a proyectarnos hacia el futuro.
Dice Gullotta sobre esta cuestión:
“Recordando y escribiendo (…) tuve sobrados motivos de desasosiego que excede una posición romántica y puramente nostálgica. No hay nada aquí de pintoresco. Toca al sentido de la vida, al futuro que le podría caber al hombre sobre la Tierra, a la comprensión profunda de las comunidades sobre su destino histórico. Bien entendido el universo también es muy pequeño. De lo contrario, ¿dónde hay algo real? En el actual mundo mediático nos inducen a creer que nosotros, este mundo “pequeño”, no existimos”.
Para ir finalizando voy a repetir unas palabras de Gullotta que cité al iniciar estas reflexiones:
“El recuerdo y la pregunta acerca de lo recordado vuelve a lo que verdaderamente es y ese encuentro maravilloso nos remite a lo que auténticamente existe. El origen funda todo presente y nos proyecta en el buen futuro”.
Para encarar su trabajo de investigación dispone de una herramienta poderosa: saber realizar las preguntas adecuadas.
“¿Qué fue de aquello? ¿Dónde está lo que se ha ido? ¿Por qué ya no está? ¿Cómo se fue perdiendo? ¿Cuando no advertimos que el cambio, superficial, sistemático y persistente, acumuló tantos sedimentos que nos hizo olvidar lo esencial? ¿Qué es además lo esencial que en este mismo momento se está perdiendo y volverá a recordarse en el futuro?”
Hay fotografías del pasado en papel o en nuestros celulares. Y, además, hay recuerdos y sensaciones que han ido constituyéndose en nuestra memoria como verdaderas ventanas a tiempos lejanos.
A pesar de lo doloroso que pueda significar indagar sobre tales imágenes o asomarse a esas ventanas se hace imprescindible “romper el silencio del misterio de los hechos profundos de nuestra vida. Hacerlos palabra y darles vida a los personajes atrapados en esas estáticas botellas de tiempo”.
Remarcamos entonces porqué resulta clave indagar sobre el pasado:
“Volver al origen es la posibilidad de todas las curaciones y la posibilidad de mirar de frente al buen futuro… (desenterrar la pérdida, aquello que podría haber sido y no fue”).
Allí reside, a mi entender, el refugio que propone la Historia para intentar salvarse ante la decadencia progresiva e ¿inevitable? de la sociedad moderna.
Carlos Eduardo Díaz
Ideas Crudas. Razonando a fuego lento