Compartimos con ustedes una nota que escribió nuestro amigo y colaborador Angel Pizzorno en https://www.testimoniosba.com/2020/11/10/martin-fierro/
Martín Fierro: el «ser» y el “querer ser”
El Gaucho Martín Fierro está considerada la obra más representativa de la literatura argentina. A tal punto que la fecha de nacimiento de su autor, José Hernández, fue declarada Día de la Tradición. (10 de Noviembre).
Es un extenso poema que consta de dos partes: La primera, El Gaucho Martín Fierro, está formada por 13 cantos con estrofas de seis versos (sextinas), de ocho sílabas y con rima consonante. La segunda parte, La Vuelta de Martín Fierro, son 33 cantos de estructura similar. La parte I se publicó en 1872 alcanzando un extraordinario éxito de público para la época. La parte II (la definitiva) aparece en 1879. El poema está narrado en general, en primera persona; en el lenguaje común del hombre del campo bonaerense. Por su forma y algunas convenciones de estilo, se inscribe en la tradición gauchesca que iniciara el poeta oriental Bartolomé Hidalgo con sus Cielitos y Diálogos Patrióticos, durante la Guerra de Independencia. No obstante, Martín Fierro produce una ruptura formal con el género gauchesco tradicional (por ejemplo, reemplazo del diálogo por el monólogo), profundidad de contenidos y un nivel estético que lo distancia claramente de sus antecesores.
Comienza el poema con el tono de un payador o un trovador («Aquí me pongo a cantar…») y va describiendo con fuerza irresistible las desgracias que el nuevo orden social y económico acarrean al hombre rural; en contraste con una imprecisa época donde el gaucho era respetado y considerado. Fierro como tantos otros, es arrancado de su casa, de su familia y mandado a servir a la Frontera. Cansado de sufrir el maltrato y pérdida la esperanza de ser reintegrado a la vida civil, decide desertar. Cuando llega a su casa se entera que la familia ya no existe (la mujer se le fue, los hijos andan sirviendo o mendigando por las estancias y le han quitado sus modestos bienes), «Y que iba a hallar al volver; tan solo hallé la tapera». Ahí inicia su vida de matrero. Mata a un moreno en un baile; a otro en una pulpería y finalmente cuando la partida lo acorrala, el sargento que va a detenerlo (Cruz) se alinea con él combatiendo a su lado. Ambos huyen.
Hasta aquí, la descripción de la obra. Pero esto no explica la asombrosa repercusión lograda por el poema. Es cierto que Hernández, profundo conocedor de la vida y la cultura gaucha, armó su obra con una estructura payadoresca (fácil de musicalizar y cantar) y utilizó el habla, los giros idiomáticos y el refranero rural; también la edición en rústica, facilitó la difusión rápida del poema.
Pero a estos elementos hay que sumarle una cuestión clave que consiste en lo que cuenta y cómo lo cuenta Martín Fierro. Allí se describe el traumático disloque de las relaciones sociales y políticas en la Campaña, que comienzan con la caída de Rosas en 1852 y se intensifican a partir de 1861 cuando desaparece la Confederación Argentina bajo la presión del capital financiero vinculado a los servicios y los fusiles del despotismo porteño. El sostenido ingreso de nuestro país al mercado mundial, exige nuevos espacios, nuevas relaciones del trabajo y una férrea disciplina social, para cumplir el proyecto modernizador que encarnan los triunfadores de la batalla de Caseros (1852).
Por eso la necesidad de exterminar al indio y domesticar al gaucho, son dos caras de una misma moneda. Fierro pasa a ser la figura mítica que representa a miles de argentinos que padecen esa condición: «El ser gaucho es un delito…».
Pero además de la denuncia por la indefensión que padece la gente, de abogar por una solución racional e integradora al problema de las fronteras y la invocación a un Estado ausente, Fierro encarna también un sistema de valores, una ética y una Conciencia Nacional. Virtudes que aparecen a veces, brutalmente contrapuestas con la realidad. Como en el combate con la partida, cuando en la fracción de segundos que media entre el impulso al cuchillo y el hundirse éste en el pecho del enemigo, alcanza a apiadarse del soldado y murmura «Dios te asista»… y lo mata.
Es que esta paradoja, esta contradicción entre el «ser» y el “querer ser”, se inscribe en la misma línea de resistencia que encarna Don Quijote de la Mancha. Ambos, el gaucho argentino perseguido y el Hidalgo español, representan esa lucha despareja y desesperada entre la dignidad, la solidaridad y esas Fuerzas Oscuras, avasallantes, precariamente denominadas Progreso.
Por Ángel Pizzorno