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LOS COLORES DE BANDERA. Sus matices entre el pago chico y el Imperio invasor.

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_mg_4914El amigo Carlos Eduardo Díaz nos hace llegar un meduloso análisis propio sobre el libro de Héctor A. Bandera. Cobra relevancia porque este año se cumplieron los 210 años de la II Invasión Inglesa a las costas del Río de La Plata. Y además, por los tiempos que corren, se hace imprescindible repasar aquellos sucesos -con sentido pensante y crítico hacia quienes lo hacen a través de sus libros-, las alternativas del ataque sufrido así como también la victoria de las fuerzas patriotas de aquel entonces. Pueblo Kilmes inaugura con este artículo una nueva Sección de Comentarios de Libros en su página web. No estamos acostumbrados a observar y analizar a nuestros propios historiadores, o a quienes desde diferentes ángulos “hacen” la historia. Así que damos la bienvenida a esta nueva perspectiva.

 

LOS COLORES DE BANDERA. Sus matices entre el pago chico y el Imperio invasor.

Reseña y Crítica de “Quilmes y las invasiones inglesas”(Héctor Alberto Bandera).
Por Carlos Eduardo Díaz  
bandera

INTRODUCCIÓN

Ha llegado a nuestras manos el libro “Quilmes y las invasiones inglesas” de Héctor Alberto Bandera (El Monje Editor;2006).
La obra está compuesta por un Prólogo de Juan Carlos Lombán; ocho partes tituladas, a manera de capítulos; un Apéndice documental; y, culminando la obra, una Bibliografía fundamental.

Para abordar este libro el presente artículo ha sido dividido en dos partes.
Es así que, en la primera parte, detallaremos brevemente que nos dice el autor sobre la temática estudiada.
Luego, en la segunda parte, procuraremos una crítica de su obra, destacando lo que nos parece más sobresaliente en ella, además de elaborar algunas definiciones en torno a ciertas cuestiones polémicas planteadas por Bandera.

PARTE UNO. Resumen

1.1-“Las invasiones inglesas al Río de la Plata”.

Bandera nos habla del objetivo de su trabajo, delimitándolo a los sucesos de los años 1806 y 1807. Describe también los rasgos más destacados del contexto histórico en el que se producen los hechos y plantea las motivaciones que impulsaron el accionar de los ingleses.
También nos detalla la composición de la flota británica que llega al Río de la Plata y nos relata parte del desembarco de las fuerzas invasoras en las playas de Quilmes, el 25 de junio de 1806.

1.2- “Lugar de desembarco”

El autor, mediante el uso de distintas fuentes históricas, se esmera en esclarecer el sitio real del desembarco inglés, convencido que el lugar señalado en el Club Náutico de Quilmes es erróneo.

1.3- “Beresford y Arze separados por el bañado”

Bandera nos da un panorama de las horas tensas vividas entre el día 24 y la mañana del día 26 de junio. Ninguno de los bandos enfrentados se deciden a un accionar decidido y reinan más las dudas y especulaciones; en el caso de los locales por la incompetencia de las autoridades y la oficialidad. Los ingleses, especula el autor, a la espera de mayor información y certezas provenientes de espías y contactos en la ciudad.

1.4-“El combate de Quilmes”

El autor recurre a los testimonios de cuatro protagonistas directos de aquel enfrentamiento para dar cuenta del triunfo británico, el 26 de junio de 1806.

1.5-“La marcha hacia Buenos Aires, toma de esta ciudad y hechos posteriores”.

Allí narra el avance de las fuerzas invasoras desde Quilmes hasta la capital del Virreinato y el repliegue de los hombres que habían pretendido resistir al momento del desembarco.
El día 26 termina con algunos tiroteos entre ambos bandos teniendo al Riachuelo de por medio. El ejército inglés no logra avanzar más allá porque el puente había sido destruido.
Sin embargo, al día siguiente dedican todos sus esfuerzos para cruzar el Riachuelo y ante una muy débil resistencia logran ingresar a la ciudad. Allí se enteran que Sobremonte, el Virrey, había huido con los caudales del Tesoro Real hacia Córdoba junto a una considerable cantidad de tropas.
Buenos Aires está indefensa y Beresford solicita su capitulación. La rendición se concreta al mediodía del 27 de junio de 1806.
Una de sus primeras medidas es enviar una partida militar hacia Luján para tomar los caudales y regresarlos a la ciudad. Los mismos son enviados a Inglaterra el 17 de julio donde seran exhibidos como parte del trofeo de guerra que representa la conquista de Bs. As, ahora colonia del Imperio británico. Finalmente el tesoro fue depositado en el Banco de Inglaterra.
Culminando esta parte del libro su autor se detiene a destacar el trato amable y distendido de ciertos actores sociales a los ocupantes extranjeros. Se trataría de las familias mejor acomodadas de la ciudad, con poder e influencia y con fuertes vínculos con el comercio inglés. Bandera presenta como hecho concluyente la existencia de un libro donde se hallan registradas las firmas de cincuenta y ocho habitantes destacados de la ciudad, todos ellos jurando lealtad a su majestad británica. Tres de esas firmas serían de posteriores miembros de la Primera Junta de Gobierno.

_mg_31441.6-“La Reconquista”

Aquí se relata la precaria situación logística de las tropas británicas: un pequeño ejército, en relación a la poblacíon de la ciudad, sin caballería y fuera del alcance de la artillería de la mayor parte de los barcos bloqueadores, poder de fuego que bien podría amedrentar cualquier intento de reconquista.
Era imperiosa la llegada de refuerzos desde Inglaterra; pero estos no llegaron a tiempo.
Españoles y criollos, de la Banda Oriental, Córdoba, Bs As y su campaña comenzaron a preparar un accionar combinado de sus fuerzas para desalojar a los ocupantes extranjeros.
El 10 de agosto llegan las tropas al mando de Liniers hasta los Corrales de Miserere e intima a Beresford a la rendición. Éste la rechaza.
El día 11 llega a Retiro y derrota un destacamento del enemigo. La caballería rodea la ciudad.
Liniers y sus hombres rodean la plaza. Beresford pretende resistir con el regimiento 71 pero el día 12 agosto de 1806 los ingleses son atacados desde todos los alrededores, incluso desde las torres de las iglesias de San Ignacio y San Francisco.
Para evitar el total aniquilamiento de sus tropas Beresford acepta rendirse y la entrega de sus armas a los hombres que reconquistaron la ciudad de Bs. As.

1.7- “Segunda invasión inglesa”.

Al llegar a Londres la noticia de la derrota de sus tropas en Buenos Aires se decide el pronto envío de un poderoso ejército al mando de John Whitelocke.
Al momento del desembarco en la Ensenada había reunido unos diez mil hombres. Esto acontece el día 28 de junio de 1807.
En la mañana del día 29, en las inmediaciones de Quilmes, la vanguardia invasora toma contacto con hombres de Liniers. Lo mismo ocurre al día siguiente. Son Húsares que van retirando hacienda de la zona y mientras se repliegan hacia la ciudad aprovechan para molestar con lo que pueden a la vanguardia que avanza hacia ellos.
La experiencia de la primera invasión y la posibilidad latente de un segundo intento derivaron en una mayor preparación de sistemas defensivos, así como también en un mejor entrenamiento de los hombres para enfrentar a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Liniers llegó a reunir cerca de ocho mil hombres.
_mg_3416El autor nos relata también, brevemente, el paso por Quilmes de la vanguardia, del grueso del ejército y de la retaguardia. Este transitar del ejército inglés por tierras quilmeñas acontece entre los días 1° de julio y el 5 de julio de 1807.
Para el día 3 de julio la vanguardia y el grueso del ejército ya han cruzado el Riachuelo y se hallan en Miserere. La estrategia británica consiste en marchar hacia el fuerte por varias calles perpendiculares al río. No pensaron que desde techos y ventanas recibirían ataques de vecinos y soldados. Fue una feroz defensa de la ciudad la acontecida el 5 de julio de 1807.
Días después los invasores aceptan firmar su derrota.

1.8- “El Cantón Independencia”

El autor repasa aquí la evolución de los sistemas defensivos que existieron en la barranca de Quilmes desde 1768 hasta 1845.
El objetivo fundamental era controlar los movimientos enemigos en el río y en la playa de Quilmes; para advertir lo más pronto posible a las autoridades y, de ser necesario, demorar el avance de las fuerzas invasoras.
Tales sistemas defensivos no solo estaban compuestos por baterías y cantones sino que existieron diversas instalaciones que debían ser de utilidad a las distintas tropas allí destacadas. La cantidad de las mismas fue variando, dependiendo de la importancia que se le adjudicara a la amenaza.

PARTE DOS. Crítica y definiciones.

Hasta aquí hemos realizado un breve resumen del contenido de los distintos capítulos que componen el libro de Héctor Alberto Bandera.
Pero un libro no puede considerarse como tal si no despierta reacciones, inquietudes y, ¿porqué no?, algunas polémicas en los lectores.
“Quilmes y las invasiones inglesas” logra alcanzar esos objetivos y aquí intentaremos abordarlos con el mayor de los respetos y con la rigurosidad intelectual que nos sea posible ejercitar.

Uno de los aspectos que más sobresalen en la obra de Bandera es el permanente uso de distintas fuentes históricas. Es una constante del autor recurrir a distintos archivos, ya sean gubernamentales, militares o judiciales; también lo ha sido el análisis de relatos directos de los protagonistas a través de su correspondencia o de sus memorias; y también ha sido de importancia clave el acceso y estudio de diversos planos trazados por agrimensores e ingenieros.
Con el uso de todas estas fuentes que hemos mencionado el autor logra ubicarnos, imaginariamente, en el lugar y en el tiempo donde ocurrieron los hechos narrados. Esto es, a nuestro humilde entender, uno de los objetivos fundamentales que debe procurar todo libro de Historia.
Creemos sinceramente que el trabajo de Bandera alcanza su mayor vuelo cuando logra desmitificar la creencia instalada de que el desembarco inglés ocurrió en donde hoy se halla el Club Náutico Quilmes. La hipótesis del autor es que el desembarco ocurrió en un punto de la playa más cercano a Bernal. Y las pruebas presentadas parecen confirmar los argumentos del autor.

Todo lo expuesto hasta aquí son clara evidencia de la importancia de las fuentes en el trabajo del historiador.
Sin embargo, no siempre las fuentes “hablan” con la verdad a flor de piel. Es trabajo del investigador de la historia interpretar lo que dicen y lo que callan. Porque podrían caer en verdaderas trampas históricas si hacen una lectura ligera o erróneas de las fuentes utilizadas.
Así, por ejemplo, Bandera advierte que es imposible que no hubieran muertos en el Combate de Quilmes. Sin embargo, “no deja de llamarnos la atención que en este combate no se informen bajas por ninguno de los dos bandos…”, dice el autor. Y agrega con respecto a una planilla de muertos y heridos ingleses: “Si vamos a atender este registro, y lo que conlleva, podemos suponer que hubo intención de ocultar bajas”.
Es decir entonces, que la interpretación de las fuentes y las definiciones que obtenga de ello son la otra parte fundamental en todo libro de Historia. Son la sal, por así decirlo, que da “gusto” a la obra.
Ahora bien, no intentaremos aquí profundizar en los procesos de interpretación y conceptualización de los investigadores y escritores de la Historia. No solo por falta de espacio sino, sobre todo, por falta de erudición.
Pero no podríamos abandonar éste artículo sin dejar de señalar algunas definiciones dadas por Bandera en su obra.
Dice por ejemplo: “Lo que es inaceptable es presentar este proyecto de dominación comercial (…) como un simple acto de piratería”.
Habría que preguntarse hasta que punto hay grandes diferencias entre los piratas y los soldados y generales de S.M. británica. Dejemos de lado sus diferentes banderas y encontraremos hombres que atacaban y destruían navíos y ciudades, con el respaldo de reyes y gobiernos, para obtener tesoros ajenos que eran repartidos en función de la jerarquía ostentada. Así como muchos reyes recibían su parte de los botines de los piratas, también el resto de los tesoros robados en Buenos Aires terminaron en el banco de Inglaterra.

En la página 45 del libro encontramos una gran indignación del autor por diversos sucesos ocurridos en Quilmes: “No podemos dejar de resaltar(…)que las fuerzas de Beresford luego de desalojar a los españoles, hicieron descargas sobre los dispersos y también sobre casas y ranchos de las inmediaciones por temor a que hubiese hombres emboscados en ellas. Si sumamos hechos que vamos confirmando, tenemos que Quilmes también hubo que tolerar agravios como este; el de la ocupación como cuartel general durante la invasión de 1807; el saqueo de provisiones y ovejas y tener que abandonar sus viviendas hasta que el invasor se retire”.
Solamente en éste párrafo hemos encontrado tal nivel de indignación y repudio al invasor. En el resto del libro el relato descriptivo es preponderante y son escasas las exclamaciones u opiniones críticas al accionar o, al menos, a la sola presencia de los invasores.
Más aún, por momentos, la mirada inquisidora se detiene no sobre españoles o ingleses. La crítica e indignación se focaliza en algunos patriotas, a los que parece querer acusar de traidores probritánicos.
En efecto, ¿qué nos quiere decir el autor cuando afirma en la página 18: “la actitud de una gran parte de la población de Buenos Aires ante los invasores; las reuniones entre Beresford y Castelli, etc, todavía están esperando una explicación, que creemos debe ser superadora de la simplicidad reinante, ocupada en destacar las relaciones entre imperio y colonia”?
A quienes realmente sabemos poco de las distintas corrientes historiográficas nos encantaría saber a que se está refiriendo el autor.

Pero volvamos a lo que veníamos diciendo sobre su intención de echar sospechas sobre algunos de los patriotas que más se destacarían años despúes.
Dice Bandera en la página 52 de su libro: “Sería interminable relatar la bienvenida dada por una parte de la población de Buenos Aires a los invasores, bástenos traer a colación, como hecho concluyente, la existencia de un libro de firmas en poder de los británicos(…)donde se registran los juramentos de lealtad a su majestad británica de cincuenta y ocho habitantes de la ciudad, entre los que se cuentan comerciantes y tres miembros de lo que después sería la Primera Junta de Gobierno”.
Este libro de firmas fue entregado por Alejandro Gillespie al Foreing Office en septiembre de 1810 por considerar que varias de las firmas correspondían a patriotas que formaban parte del nuevo gobierno de Buenos Aires.
El libro en cuestión ha desaparecido. Así que los investigadores que quieren trabajar este tema deben recurrir a los recuerdos expresados por Gillespie en alguna correspondencia o a propias y ajenas especulaciones.
Así por ejemplo, se menciona a un tal Francisco Yosé Castelli y se piensa en Juan José Castelli; un tal Saavacha sería Saavedra en realidad. Otros arriesgan mucho más y dicen que Belgrano, por su cercanía a Castelli, sería otro de los firmantes. Y no cesan de tirar nombres al ruedo: Paso? Rivadavia.
Sorprende entonces que Bandera hable “que los nombres que conocemos de los firmantes son concluyentes” y vuelve entonces a mostrarse indignado: “No debe extrañarnos, puesto que hasta el día de hoy se vienen repitiendo estas cosas, con ligeros cambios de circunstancias y apellidos. La conducta humana no cambia, siempre es la misma”.
Nos preguntamos entonces: ¿la indignación del autor es por la jura de lealtad de los patriotas a un soberano extranjero o por la traición a ese juramento de esos patriotas que terminaron armándose para expulsar y rechazar al invasor?.
No es ningún secreto que muchos argentinos lamentan, en silencio y con suma congoja, el fracaso de aquellos intentos ingleses de hacernos parte del  imperio británico.
De allí quizás la fría y escasa presencia de exclamaciones de repudio a los invasores ingleses.
Sí expresados en relación a ciertos actos de los británicos en Quilmes, el pago chico de Bandera, pero callados si se considera los dos intentos de invasión de Buenos Aires. Diferentes matices que hacen pensar en el peso emocional de la pertenencia a determinados espacios territoriales.
No ponemos en duda que la oficialidad del ejército inglés haya sido alojada en casas de destacados vecinos de la ciudad, que estrecharan vínculos con esos hombres importantes, o que hayan bailado con las damas porteñas en tertulias realizadas para agasajarlos. Siempre hubo y habrá gente poderosa capaz de pactar con el mismo diablo, si con ello logran mantener o incrementar su poder.
Sin embargo, si consideramos las propias palabras del autor al afirmar, “se podrá argumentar que el número de firmas es insuficiente para alegar connivencia de una parte de la población con los invasores,(…)que el temor de lo futuro inmediato hizo que muchos se abstuviesen de momento”, nos hace reflexionar que en verdad cincuenta y ocho firmas, en una población cercana a los cuarenta mil habitantes, representan una demostración mínima de lealtad al gobierno extranjero.
Y pensemos entonces en quienes pudieron haber firmado ese libro. Los vecinos más destacados eran, en su gran mayoría, importantes comerciantes y hacendados. A los que debemos sumar a los funcionarios de la administración colonial española. Solo considerando a los comerciantes ingleses en la ciudad tenemos una cifra cercana al medio centenar. Seguramente que ellos no necesitaban ratificar su lealtad al gobierno británico, pero habran facilitado el acercamiento de varios de sus colegas locales a los hombres del ejército invasor.
Con respecto a los funcionarios sabemos que fueron “invitados” a dejar constancia de su lealtad al nuevo gobierno. Belgrano y Castelli eran funcionarios del Consulado. ¿Podían evitar tal situación? En principio Belgrano afirma en su Autobiografía que salió de la ciudad para no someterse a tal exigencia. Castelli era quien ocupaba el puesto de Belgrano cuando éste se ausentaba. ¿Pudo haber evitado dejar su firma?
Supongamos que Castelli firmó ese juramento de lealtad al invasor. Y supongamos que Belgrano nos mintió y que tarde o temprano debió dejar su firma en ese libro.
¿Puede realmente considerarse esto una prueba contundente de una traición en las convicciones de Manuel Belgrano y Juan José Castelli?
Creemos que no. Es probable que, como muchos hombres ilustrados de su generación, ambos sintieran alguna simpatía por ciertas ideas políticas y económicas expresadas por diversos pensadores ingleses. Pero las invasiones a Buenos Aires marcaron un antes y un después en el pensamiento y en la sensibilidad de varios de los patriotas.

Sinceramente pensamos que nuestro panteón de próceres no es tan amplio y diverso como para estar creando dudas y sombras sobre varias de sus figuras. Avanzar sobre ellos de manera gratuita y liviana, dinamitando la memoria de nuestros padres fundadores, representa un grave acto, cercano al suicidio como pueblo y Nación.

 

 

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